Todo este deseo nigromante es incubado en besos y caricias de aparente calma, pero que guardan en si un sanguinario deseo.
Es una reunión de mercenarios notoriamente expertos, cuya misión es procurar el cese del otro.
¿Cómo sabría matahari que encontraría a Calígula en una actividad tan sencilla como dejarse llevar por la piel?
Comienza este ritual de polinización del fuego, con un flujo irregular de sangre y pulsares inesperados del corazón.
Los atentados mutuales se hacen evidente ante la presión impresa en los dedos contra la carne, que de un momento a otro sucúmbirá trémula y honesta.
Algunos murmullos inteligibles se hacen camino de mis labios a tus oidos, pero son palabras brujas que logran su cometido.
El cianuro que de tus poros pulula, se ha hecho paso hasta mis agradecidos labios y mi lengua impulsiva y curiosa, sale a la búsqueda del letal deleite que ellas propinan.
Este es un crimen pasional, con una cubierta de mieles de fuego, que ocultan la intención mortal.
Entre besos asesinos que se interrumpen por suves mordidas, se desliza sigilosa la tibieza de la respiración; son gases tóxicos pero adictivos, es un baho seductor que insita deseos de este fulgurante suicidio.
Y meto la cara en tu fuego, sabiendo que voy a quemarme, es mas esperando que arda y tal vez me mate.
Te propino delicadas mordidas vengativas en la espalda, amenisadas con caricias traidoras que desean tu final.
Hoy soy un Cesar y me desgarras apasionadamente la piel de la espalda sin compasión ni cuidado.
Nos procuramos mutua asfixia, a partir de un mecánico movimiento sincronizado, que apuñala lentamente a la consciencia.
Y la angustiante sensación de final ya se siente en tu vientre, estimulando en mi el deseo de acabar contigo.
Pierdo la razón varias veces, producto del calor y tus cabellos en mi rostro, que me dificultan la respiración.
Y acaricio tu faz delicadamente, en señal de sádica piedad y me emponsoñas en fragancias calcinantes en respuesta.
Te tomo del cabello, forzándote a enfrentar la realidad y me miras con ojos que piden clemencia ante una mirada de perverso asesino.
Poco a poco la fricción va disminuyendo y el calor y el frío danzan entre nosotros al compás de este armónico requiem que creamos.
La velocidad aumenta indetenible, arroyadora, cortante y peligrosa.
Siento que me separo del cuerpo y te veo acompañarme fuera de ti.
Allí llega, desnudándose en tu garganta, floreciendo en suspiros y contracciones, anidando en mis oidos y llevándose con ella mi consciencia.
Con su canto de mortuorios placeres, que se confunden con dolor en medio de dos rostros felices, nos arrebata el alma del cuerpo por segundos, dejándonos explorar a Dios a través del cuerpo del otro.
Es la muerte chiquita, que nos mata un poco con su orgásmico cántico de gemidos, sembrando en ambos esta pasión suicida.
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